Comentario
El apogeo del siglo XIII tiene como fundamento esencial la prosperidad rural. Dicha prosperidad no sólo se debió a la confluencia de agentes propulsores del crecimiento, sino que también se reflejó en esta centuria del 1200 a través de una serie de signos ambientales y estructurales propios de un tiempo en el que el crecimiento económico y la expansión de los cultivos llegaron a alcanzar su mayor dimensión.
Así, por ejemplo, el retroceso del hambre, sin llegar a desaparecer totalmente, entre los años 1235 y 1300 en Europa central y occidental, fue un síntoma manifiesto de la prosperidad conseguida. Sólo algunas comarcas y regiones aisladas o mal comunicadas permanecieron todavía carentes de subsistencias, a pesar de la intensificación comercial que sirvió, entre otros fines, para corregir desequilibrios; como sucedió en el oeste de Alemania cuando, entre 1217 y 1218, hubo que importar grano procedente de las tierras de colonización oriental, o cuando en el año 1272 los frisones hicieron los mismo importando cereales de Dinamarca y de la costa báltica a cambio de judías que se habían dado en abundancia por esa misma fecha (según recoge J. Le Goff).
Pero el retroceso del hambre no fue consecuencia exclusivamente del desarrollo comercial, sino que a ello contribuyó, sobre todo, la ampliación de las superficies cultivadas y el aumento de los rendimientos de las cosechas como resultado de la aplicación de técnicas y esfuerzos humanos y materiales muy superiores a los tiempos precedentes. En todo caso el comercio facilitó la importación y exportación de productos alimenticios, entre otros.
Sin embargo, en plena euforia, los logros obtenidos en el siglo XIII iban a constituir los máximos alcanzados hasta entonces, antes de la inflexión del ultimo tercio de la centuria. La puesta en activo de tierras roturadas en la colonización germana del este se frenó a partir de mediados de dicho siglo, cuando algunos rendimientos agrícolas eran todavía excepcionales, por ejemplo, los de las tierras del obispado de Winchester, donde el cereal alcanzó proporciones de 4,3 y 4,4, siendo lo normal 2,7; o los de las tierras del obispado de Arras, en las que hacia 1300 la proporción era aún de 8,12.
No sólo esto. También el aumento ganadero acompañó al crecimiento agrícola. El ganado jugó un papel importante en la economía rural, y regiones amplias como Suiza, Alsacia, Tirol, Baviera o Carintia sostuvieron un crecimiento agropecuario espectacular, aumentando las menciones de "vaccariae, armentariae o viehhöfe" al referirse a explotaciones agrarias con un componente pecuario destacado, después de haber reconvertido superficies arables en pastos. Igualmente, en la expansión de los reinos ibéricos jugó un papel importante la ganadería, sobre todo en las grandes extensiones de las extremaduras castellana y aragonesa a partir del siglo XIII; y en las órdenes militares constituyó asimismo un elemento decisivo, como sucedió, por ejemplo, en la región manchega, Cuenca, el bajo Aragón o Andalucía occidental.
Pero la prosperidad también se reflejó en la aparición de comarcas dedicadas especialmente a un cultivo, como ocurrió con las plantas tintóreas en Picardía o con el vino en Auxerre.
En 1245, el franciscano Salimbene de Parma constataba asombrado al hablar de la región de Auxerre que las "gentes de ese país no sembraban ni recogían ni almacenaban en sus graneros, pues les bastaba con enviar su vino a París por la ribera próxima, y la venta del mismo en esta ciudad les proporcionaba lo necesario para vivir y vestir".
Dado que la expansión agraria en su momento de plenitud se correspondió con el auge de la ciencia agronómica, desarrollada hasta entonces en el mundo musulmán (como es el caso del "Calendario de Córdoba", fechado en el siglo X en al-Andalus). Ejemplos de ello son los manuales ingleses llamados "housebondrie" (como el de Gauber de Henley) o el "Ruralium commodorum opus" compuesto a principios del siglo XIV por Pietro de Crescenzi en el norte de Italia, manual que fue traducido por orden de algunos soberanos europeos como modelo de "tratado técnico de economía rural". Asimismo, algunos tratados de tecnología y aprovechamiento de la energía hidráulica se difundieron por Occidente, siendo el ejemplo más conocido el "álbum" de Villard de Honnecourt, de la primera mitad del siglo XIII; conjunto de figuras entre las que aparecen sistemas de poleas para levantar pesos, tornos para telares y mecanismos de traslación del movimiento mediante palancas.
Molinos hidráulicos y de viento completan el panorama técnico de las explotaciones rurales en las que se había introducido en el siglo XIII algún ingenio de aprovechamiento de la fuerza del agua o eólica para producir energía mecánica aprovechable en muelas, fraguas, batanes o martillos pilones.
Otros aspectos que denotan el avance técnico en el medio rural, con las repercusiones habidas sobre el bienestar y el mejor aprovechamiento de los recursos, se refieren a la mayor demanda de productos naturales no agrícolas. Así, por ejemplo, durante el siglo XIII aumentó la explotación forestal ante el uso creciente de la madera, junto con la del hierro, sal y otros minerales y materiales de construcción. Dicha explotación fue animada por la demanda creciente de productos férricos, alimentos conservados y salazones; así como también por la elevación de edificios civiles y eclesiásticos, la reparación y mejora de la infraestructura viaria y el auge urbano. Si bien la mayor parte de la demanda de estos materiales en bruto o elaborados iba destinada al medio urbano y al comercio internacional, rebasando el ámbito estricto del señorío, la comunidad rural o el entorno abacial.
La muestra definitiva de la prosperidad en el medio rural fue la introducción de la moneda y de la economía monetaria que permitió la sustitución de muchas rentas en especie por moneda, signo de la disponibilidad del campesinado y de la monetarización del sistema feudal, el cual tendría precisamente en esta reconversión un handicap negativo cuando la renta feudal en moneda fuera la prevalente y permaneciera fija, a pesar de las devaluaciones monetales y del aumento de los precios, que se convirtieron en signos de las crisis del siglo XV.
Como ejemplo de esta "monetarización de la economía rural", en 1224 el capítulo general del Císter autorizaba la concesión a censo de todas las granjas de la Orden. Sin embargo, la extensión de la economía monetaria en el medio rural fue negativo en el momento de las crisis, pues provocó la ruina de muchos señoríos, el empobrecimiento de aldeas y villas, la inflación y el descenso acusado de muchas rentas y capitales; afectando con mayor incidencia en aquellas áreas más desarrolladas y en las que se había impuesto un capitalismo mercantil y financiero.
G. Duby ha establecido el auge del crecimiento agrícola entre 1180 y 1320, basando dicho crecimiento en la mayor demanda de productos agrarios por la intensificación de la dependencia urbana, la acción de los mercaderes, el mercado, la moneda y el crédito. De esta forma, "cada explotación agraria, excepto las más pequeñas, cuyos poseedores no tenían nada que vender a no ser su propio trabajo, se hizo ampliamente accesible al comercio".
De esta accesibilidad al comercio se derivaron varias consecuencias. En primer lugar una disminución de la "solidaridad económica" en el seno de la sociedad rural. "Manejar dinero, regatear los precios con el comerciante de granos o el tratante de vinos, unirse a un equipo de jornaleros o marcharse durante unos meses para probar suerte en la ciudad, eran actos individuales inspirados por un sentido personal de iniciativa que inevitablemente ponía a prueba la cohesión del grupo familiar. En el interior de las aldeas, la relativa uniformidad económica existente entre la mayoría de los agricultores, debida a las onerosas costumbres y exacciones pagadas al señor, desapareció en esta época".
En segundo lugar, se produjo un cambio de actitud entre los señores al aumentar la codicia y buscar mayor provecho de la explotación campesina. Además, en lo relativo a la distribución de la propiedad de la tierra, la continuidad fue mayor en los grandes señoríos que permanecieron en manos de la aristocracia militar y de la Iglesia. Muchos miembros de la clase dominante abandonaron el campo y pasaron a residir en la ciudad, aumentando sus necesidades y exigencia de dinero, volcándose en los beneficios obtenidos de sus tierras. Finalmente el mercado comenzó a influir en los precios de los productos excedentarios y determinó en muchos casos la evolución de los señoríos y aldeas rurales condicionadas por la ley de la oferta y la demanda.
No obstante, en el siglo XIII las condiciones económicas estuvieron a favor de las grandes explotaciones agrarias. "La presión demográfica mantuvo muy elevados los precios de los productos agrícolas e hizo descender más y más el nivel de los salarios. La calidad de su equipo de trabajo, su situación dentro de las parroquias, incluso su poder, colocaron a los grandes dominios en óptima posición para la producción y la distribución de los productos de la tierra; sus dueños negociaban la venta de los excedentes de las granjas campesinas vecinas, obteniendo óptimos beneficios. Su control sobre la organización del calendario agrícola, la rotación de cultivos y la administración de las tierras comunales, el trabajo que proporcionaban, los salarios y la asistencia que dispensaban, todo ello colocó a los grandes señoríos en una posición hegemónica sobre la economía campesina en su conjunto. Pero siguió siendo cada vez más frecuente el que estos grandes dominios no fuesen administrados por sus propietarios".
Todas estas afirmaciones de G. Duby corroboran el gran cambio que el crecimiento prolongado de los recursos, bienes y servicios provocó en la economía campesina. Pero el crecimiento tuvo sus propias contradicciones, pues el desarrollo fue acumulativo y no corrector de lo que todavía tenia el sistema agrario de autarquía, subsistencia y autoconsumo.